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sábado, 10 de marzo de 2012

Fragmentos de "Delirium" de Lauren Oliver (Delirium 1)



Holaa!

Hoy la entrada Fragmentos célebres referente a Delirium. ¡Esta novela ha tenido tantísimos fragmentos que me han gustado...! Además el problema principal es que han habido capítulos que me han gustado enteros, que me han parecido memorables. Y algunos fragmentos solo es posible entenderlos en el contexto de la historia, así que la selección no ha sido fácil y os advierto de que me ha quedado bastante larga... por lo que me ha costado muchísimos días llegar a hacerla. Finalmente aquí está,   ¡A ver que os parece!


ATENCIÓN: ¡Los que tienen ** contienen spoilers!
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Empecemos por el principio, y es que este libro me ha gustado ya desde la dedicatoria. Como todos sabréis, la deliria no es mas que esa terrible enfermedad descrita en el libro. Sí, eso que te hace hacer feliz a los demás, eso que te impulsa a sentir y a ser feliz: el amor. Entendido esto, la dedicatoria de Lauren Oliver nos dice mucho:


(Dedicatoria)

Para todos aquellos, 
que me han contagiado
los deliria nervosa de amor en el pasado,
ya sabéis quienes sois. 
Para todos aquellos
que me infectarán en el futuro,
estoy deseando saber quienes sois.


A ambos grupos, gracias.


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Un pequeño pero vital consejo de Hana, breve pero muy conciso y claro:

(En el capítulo Tres)

-Ya sabes que no puedes ser feliz a menos que seas desgraciada alguna vez, ¿verdad?


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Hablemos ahora de la amistad existente entre Lena y Grace. Una amistad que se basa en diminutos actos, prácticamente inapreciables, pero de una gran importancia: 

(En el capítulo cinco)
Le aparto el cabello de la cara y retiro de sus hombros las sábanas empapadas en sudor. Me va a doler dejarla cuando me vaya. Nuestros secretos nos han acercado y nos han unido. Ella es la única que sabe de la frialdad, ese sentimiento que me viene a veces cuando estoy en cama, un sentimiento negro y vacío que me quita el aliento y me deja jadeando como si me acabaran de tirar agua helada. En noches así, aunque está mal y es ilegal, pienso en aquellas palabras extrañas y terribles: "Te amo", y me pregunto qué sabor tendrían en mi boca, intento recordar su ritmo cadencioso en la voz de mi madre. 

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Como dije en la reseña, los poemas y escritos de inicio de capítulo me parecieron a la vez originales y estremecedores. Veamos un ejemplo que me gustó especialmente:
NOTA: Los que no hayáis leído el libro, debéis saber que un inválido es el término que la sociedad da a los rebeldes que se escapan para no operarse, y que viven "enfermos de amor". Lo quería aclarar porque si no sabéis eso y leéis el fragmento podéis malinterpretarlo o no entenderlo.


(En el capítulo seis)

Mamá, mamá, llévame a casa
Estoy en el bosque y nadie me acompaña.
Me encontré un hombre lobo, una bestia malvada,
me enseñó los dientes y fue directo a mis entrañas.

Mamá, mamá, llévame a casa.
Estoy en el bosque y nadie me acompaña.
Me asaltó un vampiro, con su pálida cara, 
me enseñó los dientes y fue directo a mi garganta.

Mamá, mamá, llévame a la cama.
Estoy medio muerta y lejos de casa.
Conocí a un inválido y me cantó una canción,
me mostró su sonrisa y me arrancó el corazón.

"Una niña camina hacia casa"

Canciones infantiles y cuentos tradicionales.


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A continuación una reflexión sobre el miedo, el conflicto interno entre hacer lo que quieres y hacer lo que debes:
  
(En el capítulo nueve)

Nunca en toda mi vida he estado sola tan tarde. Nunca he violado el toque de queda. Pero junto al miedo -que está siempre ahí, por supuesto, ese peso constante que me aplasta- parpadea una pequeña excitación que se eleva y desciende por debajo del miedo, haciéndolo retroceder un poco. Una especie de "vale, estoy bien, soy capaz de hacerlo". Solo soy una chica, una chica del montón, metro sesenta, nada especial, pero puedo hacer esto y no me va a parar ningún toque de queda ni ninguna patrulla del mundo. Es asombroso cómo me reconforta esta idea. Es increíble como consigue disolver el miedo, como una velita en mitad de la noche, que ilumina el entorno y quema la oscuridad. 


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El siguiente párrafo me parece realista y aplicable a nuestra vida, no literalmente, pero creo que describe muy bien esa sensación que todos hemos vivido alguna vez al enterarnos  de algo totalmente inesperado, cuando nos damos cuenta de que hemos sido ignorados y engañados. Lo mejor, la frase final:


**(En el capítulo nueve)

¿Es posible que durante todo este tiempo yo haya estado viviendo mi vida, estudiando para los exámenes, corriendo con Hana, mientras este otro mundo también existía, en paralelo y por debajo del mío, vivo, listo para salir a escondidas de las sombras y de los callejones en cuanto se pone el sol? Fiestas ilegales, música no aprobada, gente que se roza sin miedo a la enfermedad, sin miedo a sí mismos. 


Un mundo sin miedo. Imposible. 

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A continuación del fragmento anterior, una frase que refleja también un sentimiento que todos hemos sentido alguna vez, en esta ocasión referido a la soledad:


(En el capítulo nueve)

Y aunque me encuentro en medio de la mayor multitud que he visto en mi vida, me siento completamente sola. 

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Vamos ahora al amor y a cómo lo vive la protagonista:


**(En el capítulo nueve)


-¡Lena!
Es extraño cómo reconozco la voz al instante aunque, antes de hoy, sólo la he oído una vez y durante apenas diez minutos, quince a lo sumo. Es como una alegría contenida, como si alguien se inclinara a contarte un secreto interesantísimo en mitad de la clase más aburrida del mundo. Todo se queda inmóvil. La sangre deja de fluir por mis venas. Me quedo sin aliento.



Por un segundo, hasta la música desaparece y todo lo que oigo es algo firme, sereno y bello, como el toque lejano de un tambor, y pienso: "Estoy escuchando mi corazón", pero sé que eso es imposible, porque mi corazón también se ha detenido. Mi visión hace un zoom de cámara otra vez y lo único que veo es a Álex, que viene hacia mí usando los hombros para abrirse paso entre la gente.

[...]

-Qué estás haciendo tú aquí? -le pregunto tartamudeando mientras se acerca a mí.
Sonríe.
-Yo también me alegro de verte.


Ha dejado un metro de distancia entre nosotros, y se lo agradezco. En la semipenumbra, no puedo distinguir el color de sus ojos y no puedo permitirme distracciones en este momento, no quiero sentirme como me sentí en los laboratorios cuando se inclinó para susurrarme, aquella conciencia total de la distancia infinitesimal que separaba su boca de mi oído: terror, culpa y excitación, todo a la vez.




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Sigo con un fragmento que está muy cerca del anterior, y describe la duda de la protagonista en referencia al chico, y es que es difícil saber de quien es posible fiarse:

**(En el capítulo nueve)





— Por cierto, todavía no has dicho que lo sentías.


—¿El qué?

[...]

—Por dejarme plantado —un lado de su boca se alza más, y de nuevo tengo la sensación de que está compartiendo conmigo un secreto delicioso, que está intentando decirme algo—. No te dignaste aparecer aquel día en Back Cove.

Siento un estallido de triunfo: «¡Me estuvo esperando en la ensenada! ¡Realmente quería que yo me reuniera con él!». Al mismo tiempo, la ansiedad florece en mi interior. Quiere algo de mí. No estoy segura de lo que es, pero puedo sentirlo, y eso me hace tener miedo.

—Bueno, entonces, ¿qué? —se cruza de brazos y se balancea sobre los talones, siempre sonriendo—. ¿Me vas a pedir disculpas o qué?

Su naturalidad y confianza en sí mismo me exasperan, como me pasó en los laboratorios. Es tan injusto..., tan distinto de como me siento yo, que parece que me va a dar un infarto, o que me voy a derretir hasta convertirme en un charco.

—Yo no me disculpo con los mentirosos —digo, sorprendida de la firmeza de mi voz.

Él da un respingo.

—¿Y eso qué quiere decir?

—¡Venga ya! —pongo los ojos en blanco, sintiéndome a cada instante más segura de mi misma—. Mentiste al decir que no me habías visto en la evaluación. Mentiste cuando afirmaste que no me conocías —voy haciendo un recuento de sus mentiras con los dedos—. Incluso mentiste al negar que estabas dentro de los laboratorios el día de la evaluación.


—Vale, vale —alza los brazos—. Lo siento, ¿de acuerdo? Mira, soy yo quien debería pedir disculpas —se me queda mirando por un instante y luego suspira—. Te lo dije: al personal no se le permite entrar en los laboratorios durante las evaluaciones. Para mantener la pureza del proceso o algo así, no sé. Pero yo necesitaba una taza de café y hay una máquina en el primer piso del complejo C que tiene café del bueno, con leche de verdad incluso, así que usé mi código para entrar. Eso es todo. Fin de la historia. Y luego tuve que mentir al respecto. Podría perder mi empleo. Además, yo solo trabajo en los puñeteros laboratorios para pagarme la universidad...

[...]


Una explicación perfectamente natural y razonable. Me siento aliviada y ya me da menos miedo. Al mismo tiempo, hay algo que se mueve bajo mi pecho, un sentimiento apagado, una decepción. Y una cierta cabezonería, una parte de mí que seguía dudando de él. Recuerdo el aspecto que tenía en la platafora de observación, con la cabeza echada hacia atrás, riendo, la forma en que me guiñó el ojo. La expresión que tenía, divertida, segura, feliz. Sin miedo en absoluto.



Un mundo sin miedo.

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Vayamos ahora a otro fragmento largo, en el mismo capítulo (que me encanta), en el que se describen perfectamente los sentimientos que causa algo maravilloso pero a la vez tremendamente prohibido como es el amor en el mundo de Lena. La prosa romántica de Lauren Oliver es fantástica, espectacular, y para muestra un botón con hermosas metáforas.

**(En el capítulo nueve)

¿Tú te acuerdas de mí?


Se ríe.

—Es difícil no fijarse en ti. Solías girar alrededor de la estatua, dabas un salto y soltabas un grito de alegría.

Me sube el calor por el cuello y las mejillas. Me debo de estar poniendo colorada otra vez, y doy gracias a Dios de que nos hayamos alejado de las luces del escenario. Se me había olvidado por completo: siempre daba un salto para chocar los cinco con el Gobernador cuando Hana y yo pasábamos corriendo; era una forma de darnos ánimos para el recorrido de vuelta hasta el colegio. A veces incluso gritábamos: «¡Halena!». Supongo que parecíamos un par de locas.

—Yo no... —me humedezco los labios, buscando a tientas una explicación que no suene ridícula—. Cuando se corre, a veces se hacen cosas raras. Por las endorfinas y todo eso. Es como una droga, ¿sabes? Te afecta al cerebro.

—A mí me gustaba —dice—. Parecías... —se interrumpe por un momento. 
Su rostro se contrae ligeramente, un cambio minúsculo que apenas puedo detectar en la oscuridad, pero en ese momento está tan quieto y parece tan triste que casi me deja sin aliento, como si fuera una estatua, o una persona distinta. Temo que no va a terminar la frase, pero luego la remata—. Parecías feliz.

Por un momento nos quedamos ahí en silencio. Luego, de golpe. Álex vuelve, relajado y sonriente.

—Una vez te dejé una nota. En el puño del Gobernador, ¿sabes?

«Una vez te dejé una nota». Es imposible, resulta absurdo siquiera pensarlo, y me oigo repetir a mí misma:

—¿Que me dejaste una nota? ¿A mí?

—Alguna tontería. Quizá un «hola», un emoticono y mi nombre. Pero entonces tú dejaste de venir —se encoge de hombros—. Probablemente siga allí. La nota, quiero decir. Aunque seguramente a estas alturas será solo una bola de papel.

Me dejó una nota. Me dejó una nota a mí. A mí. La idea, la certeza, el hecho de que me vio y pensó en mí durante más de un segundo, es abrumador hace que sienta un hormigueo en las piernas y que parezca que se me han dormido las manos.

Y luego me entra el miedo. Así es como empieza. Aunque él esté curado, incluso aunque él esté a salvo, el hecho es que yo no lo estoy, y así es como empieza. Fase 1: Preocupación, dificultad de concentración, sequedad de boca, transpiración, palmas sudorosas, mareos y desorientación. Siento una mezcla atropellada de alivio y náusea; es como enterarte de que todos conocen tu peor secreto, que lo han sabido desde siempre.


Todo este tiempo, la tía Carol tenía razón, los profesores tenían razón, mis primas tenían razón. Soy como mi madre, después de todo. Y esa cosa, la enfermedad, está dentro de mí, lista para salir a flote en cualquier momento, para activarse en mis entrañas, para empezar a envenenarme.

—Tengo que irme.

Echo a andar colina arriba, casi corriendo, pero de nuevo camina detrás de mí.

—No te vayas tan rápido —en la cima de la colina, me agarra por la muñeca para detenerme. Su contacto me quema y salto hacia atrás rápidamente—. Lena. Espera un minuto.

Aunque sé que no debería, me detengo. Es por la forma en que pronuncia mi nombre, como si fuera música.

—No tienes por qué preocuparte, ¿vale? No tienes por qué tener miedo —su voz brilla otra vez—. No estoy intentando coquetear contigo.

La vergüenza me invade. Coquetear. Una palabra sucia. Él cree que yo creo que estaba coqueteando.


—Yo no... yo no creo que tú estuvieras... yo nunca pensaría que tú...

Las palabras colisionan en mi boca y en ese momento sé que no hay oscuridad que pueda cubrir mi turbación.

Ladea la cabeza.

—Entonces, ¿tú sí que estabas coqueteando conmigo?

—¿Cómo? ¡No! —farfullo.

Mi mente gira ciegamente por el pánico y me doy cuenta de que ni siquiera sé lo que es coquetear. Solo sé lo que he leído en los libros. Solo sé que es malo. ¿Se puede coquetear sin saber que lo estás haciendo? ¿Está coqueteando él? Mi ojo izquierdo palpita enloquecido.

—Tranquila —dice alzando las manos, como diciendo: «No te enfades conmigo»—. Estaba bromeando —se vuelve ligeramente hacia la izquierda, sin dejar de mirarme. La luna ilumina claramente su cicatriz de tres patas: un triángulo blanco perfecto, una cicatriz que te hace pensar en el orden y la seguridad—. No supongo ningún riesgo, ¿te acuerdas? No puedo hacerte daño.

Lo dice en voz baja, sin alterar el tono, y yo le creo. Y, sin embargo, mi corazón no puede detener este frenético aleteo en mi pecho que se acelera cada vez más, hasta que estoy segura de que me va a arrastrar lejos. Me siento como cuando llego a la cima de la colina y veo abajo Congress Street y todo Portland a mis espaldas —sus calles, a la vez bellas y desconocidas, son un resplandor de verdes y grises—, me siento como cuando llego allí, justo antes de abrir los brazos y dejarme ir, bajar la colina saltando y tropezando, con el sol en la cara, sin siquiera tratar de moverme, solo dejando que la gravedad tire de mí.
Emocionada, sin aliento, esperando la caída.

De repente me doy cuenta del silencio que nos rodea. La banda ha dejado de tocar y la gente se ha quedado callada. Solo se oye el viento que sisea entre la hierba. Desde donde estamos, unos quince metros más allá de la cima de la colina, ya no se ve el granero ni la fiesta. Por un momento, imagino que somos las únicas personas que hay en la oscuridad, que somos las dos únicas personas despiertas y vivas en la ciudad, en el mundo.


Poco después, ligeras hebras de música comienzan a entretejerse y a ascender en el aire, suavemente, como un suspiro.


Al principio tan bajo que parece una brisa. Este tema es totalmente distinto del que han tocado antes; este es delicado y frágil, como si cada nota fuera cristal hilado, o una hebra de seda que serpentea en el aire nocturno.


De nuevo me sorprende lo absolutamente bello que es. Cómo surge de la nada. Me sobrecoge el deseo de reír y de llorar a un tiempo.
—Esta canción es mi favorita —una nube se desliza a través de la luna y las sombras bailan en su rostro. Sigue mirándome fijamente; me gustaría saber en qué está pensando—. ¿Has bailado alguna vez?


—No —contesto, quizá demasiado enérgicamente.


Se ríe con suavidad.


—No importa. No se lo diré a nadie.


Me vienen a la cabeza imágenes de mi madre: el tacto leve de sus manos mientras me hacía girar sobre los suelos de madera pulida de nuestra casa, como si fuéramos patinadoras: la calidad aflautada de su voz mientras acompañaba las canciones que salían de los altavoces, riendo.


—A mi madre le gustaba bailar —digo. Se me escapan las palabras y me arrepiento casi al instante.


Pero Álex no se ríe ni me pregunta. Sigue mirándome tranquilamente. Por un momento parece que va a decir algo. Pero luego, simplemente, alarga una mano hacia mí a través del espacio, a través de la oscuridad.


—¿Te gustaría? —pregunta. Su voz es apenas audible por encima del viento; es tan baja que parece casi un suspiro.


—¿Que si me gustaría qué?


Mi corazón ruge, apresurándose en mis oídos, y aunque todavía hay varios centímetros entre su mano y la mía, siento una energía que palpita conectándonos, y por el calor que inunda mi cuerpo se podría pensar que estamos completamente abrazados, palma con palma, rostro con rostro.


—Bailar —dice, y al mismo tiempo salva esos pocos centímetros que nos separan, encuentra mi mano y me acerca, y en ese momento la canción llega a una nota aguda y confundo las dos sensaciones, la de su mano y la de la elevación, el ascenso de la música.


Bailamos.


Casi todas las cosas, incluso los mayores movimientos de la Tierra, tienen su comienzo en algo pequeño. Un terremoto que destruye una ciudad puede comenzar con un temblor, con un estremecimiento, con una respiración. La música comienza con una vibración. Las inundaciones que asolaron Portland hace veinte años tras casi dos meses de lluvia ininterrumpida, que se precipitaron hasta más allá de los laboratorios y dañaron más de mil viviendas; las inundaciones que sacaron de los rincones neumáticos, bolsas de basura y viejos zapatos malolientes y los llevaron flotando por las calles como trofeos: las inundaciones que dejaron detrás una fina capa de moho verde y un olor a podrido que tardó meses en quitarse; esas inundaciones comenzaron con un hilillo de agua, no más ancho que un dedo, que lamia los muelles.


Y Dios creó todo el universo de un átomo no mayor que un pensamiento.


La vida de Grace se hizo añicos por una sola palabra: simpatizante. Y mi mundo estalló por otra palabra: suicidio.


Mejor dicho: aquella fue la primera vez que estalló mi mundo.


La segunda vez que estalló mi mundo fue también por una palabra. Una palabra que fue saliendo de mi garganta y llegó bailando hasta mis labios y brotó antes de que yo pudiera pensar en ello, o detenerla.


La pregunta era: «¿Quieres quedar conmigo mañana?».


Y la palabra: «Sí».

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Vamos ahora a otro fragmento genial, esta vez un poco más corto, sobre algunos momentos especiales que se quedan en la memoria:

(En el capítulo diez)
A veces siento que si uno observa las cosas, si se sienta quieto y deja que todo exista frente a él, el tiempo se detiene por un instante y el mundo se congela a medio giro. Solo por un instante. Y si de algún modo uno es capaz de vivir en ese segundo, puede vivir para siempre.
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Una buena declaración de amor digna de la más admirable película. Típica, pero igualmente bonita:

**(En el capítulo diez)

—No —digo tartamudeando—. No te atrevas a tocarme.


—Lena, te lo juro, no era mi intención hacerte daño. No era mi intención mentirte.—¿Por qué haces esto? —no puedo pensar, apenas puedo respirar—. ¿Qué quieres de mí?

—¿Querer...? —mueve la cabeza.


Parece sinceramente confuso. Y herido. Como si fuera yo la que ha hecho algo malo. Durante un instante siento un destello de compasión por él. Tal vez lo vea en mi cara, esa fracción de segundo en que bajo la guardia, porque en ese momento su expresión se suaviza y sus ojos brillan como el fuego. Aunque apenas le veo moverse, de repente salva la distancia que nos separa y me pone las manos en los hombros; noto sus dedos, tan fuertes y tan cálidos que casi me hacen llorar.



—Lena, me gustas, ¿vale? Eso es todo. Eso es todo. Me gustas.


Habla en voz tan baja y con un tono tan hipnótico que parece una canción. Pienso en depredadores que saltan silenciosamente desde los árboles. Pienso en enormes felinos con relucientes ojos de ámbar, igual que los suyos.


 Y entonces, haciendo un gran esfuerzo, retrocedo, chapoteo tratando de alejarme de él.


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Ahora quiero compartir con vosotros otro trozo largo, el principio de un capítulo en mi opinión perfectamente elaborado, en el que se nos habla del pasado y de como este nos absorbe. 

(En el capítulo once)


Aquí va un secreto sobre mi familia: varios meses antes de la fecha prevista para su operación, mi hermana contrajo los deliria. Se enamoró de un chico llamado Thomas, que también era incurado. Se pasaban el día tumbados en un campo de flores silvestres, protegiéndose los ojos del sol, susurrándose promesas que nunca pudieron mantener. Ella lloraba todo el tiempo, y una vez me confesó que a Thomas le gustaba besarla para que dejara de llorar. Todavía en este momento, cuando pienso en aquellos días en que yo tenía solo ocho años, me viene a la boca el sabor salado de las lágrimas.


Poco a poco, la enfermedad se fue introduciendo más y más en ella, como un animal que la mordisqueara desde dentro.


Mi hermana no podía comer. Lo poco que conseguíamos que tragara lo vomitaba casi instantáneamente, y yo temía por su vida.


Thomas le rompió el corazón, por supuesto, lo que no sorprendió a nadie. El Manual de FSS dice: «Los deliria nervosa de amor producen cambios en la corteza prefrontal del cerebro, lo que provoca fantasías y falsas ilusiones que, una vez rotas, conducen a su vez a la devastación psíquica» («Efectos», p. 36). Después de la decepción, mi hermana no hacía otra cosa que quedarse en la cama y mirar las sombras que se movían lentamente por las paredes; las costillas se le marcaban bajo la piel pálida como trozos de madera asomando del agua.


Incluso entonces se negó a ser intervenida y rechazó el consuelo que le podía proporcionar la cura. El día de la operación hicieron falta cuatro científicos y varias jeringuillas de tranquilizante para que se sometiera, para que dejara de arañar con aquellas uñas largas y afiladas que no se había cortado desde hacía semanas, para que dejara de gritar y maldecir y llamar a Thomas. Los vi venir a por ella para llevarla a los laboratorios; yo estaba sentada en un rincón, aterrada, mientras ella escupía, bufaba y daba patadas, y me acordé de mi madre y de mi padre.


Esa tarde, aunque a mí todavía me faltaba más de una década para alcanzar la seguridad, empecé a contar los meses para mi operación.


Al final, mi hermana fue curada. Volvió a mí dulce y contenta, con las uñas redondas e impecables, el cabello recogido atrás en una trenza larga y gruesa. Varios meses más tarde, se prometió con un informático, más o menos de su edad, y algunas semanas después de que ella terminara la carrera, se casaron con las manos ligeramente unidas bajo el toldo, ambos mirando hacia delante como si pudieran ver un futuro de días libres de preocupación, descontento o desacuerdo, un futuro de días idénticos como una hilera de burbujas bien formadas.


Thomas también fue curado. Se casó con la antigua mejor amiga de mi hermana, y ahora todos son felices. Rachel me dijo hace unos meses que las dos parejas se ven a menudo en picnics y fiestas del barrio, ya que viven bastante cerca, en el East End. Los cuatro se sientan y mantienen conversaciones serenas y educadas, sin que un solo destello del pasado perturbe lo tranquilo y lo perfecto del presente.


Eso es lo bueno de la cura. Nadie menciona aquellos días calurosos y perdidos en aquel campo, cuando Thomas besaba a Rachel para que dejara de llorar y se inventaba mundos para prometérselos, o cuando ella se desgarraba la piel de los brazos ante la sola idea de vivir sin él. Estoy segura de que se avergüenza de su pasado, si es que lo recuerda. Es cierto, ya no la veo tan a menudo, solo una vez cada dos meses, cuando se acuerda de que debe pasarse de vez en cuando por casa, y en ese sentido se podría incluso decir que con la operación he perdido un poco de ella. Pero eso no importa. Lo que importa es que está protegida. Lo que importa es que está a salvo.


Te voy a contar otro secreto, este por tu propio bien. Puedes pensar que el pasado tiene algo que decirte. Puedes pensar que deberías escuchar, esforzarte por distinguir susurros, que deberías hacer lo imposible, inclinarte para escuchar la voz que murmura desde el suelo, desde los lugares muertos. Puede que pienses que ahí vas a encontrar algo, algo que comprender o a lo que encontrar un sentido.


Pero yo sé la verdad. La conozco de las noches de frialdad. Sé que el pasado va a tirar de ti hacia abajo y hacia atrás, que te va a engañar con el susurro del viento y los gemidos de los árboles, que te va a impulsar a descifrar lo que no entiendes, a recomponer lo que estaba roto. No hay esperanza. El pasado no es más que un lastre. Se instala en tu interior como una piedra.


Hazme caso. Si oyes que el pasado te habla, si sientes que tira de tu espalda y que te pasa los dedos por la columna, lo mejor que puedes hacer, lo único, es correr. 

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En el siguiente trozo se habla del amor, y de lo mucho que te hace sentir:

(En el capítulo dieciséis)  
Esa noche, por primera vez en mi vida, me pongo delante del espejo del cuarto de baño y no veo a una chica del montón. Por primera vez, con el cabello recogido atrás y el camisón cayendo por un hombro y los ojos radiantes, creo lo que él ha dicho. Soy preciosa.
Pero no soy solo yo. Todo es bello. El Manual de FSS dice que los deliria alteran la percepción, inutilizan la habilidad para razonar claramente, perjudican la capacidad para formular juicios sólidos. Pero no explica que el amor provoca que todo parezca maravilloso. [...]  Las tormentas de verano son increíbles: fragmentos de vidrio que caen, aire lleno de diamantes. El viento susurra el nombre de Álex y el océano lo repite; los árboles se balancean como si bailaran. Todo lo que veo y toco me recuerda a él, y así, todo lo que toco y veo es perfecto.

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El amor que siente la protagonista le produce miedo, pero a la vez una sensación tan intensa como describe en el siguiente fragmento:

(En el capítulo dieciocho)

La verdad es que no estoy segura de lo que quiero decir. No soy capaz de hablar ni de pensar con claridad. En mi interior se arremolina una sola palabra, una tormenta, un huracán, y tengo que apretar bien los labios para impedir que crezca tanto que me llegue a la lengua y consiga salir. Amor, amor, amor, amor. Una palabra que no he pronunciado jamás con todo su significado ante nadie, una palabra que en realidad ni siquiera me he permitido pensar nunca.



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Ahora un fragmento precioso que expresa lo insignificante que es cualquier persona en la grandeza del mundo:

(En el capítulo diecinueve)
Lo más extraño de la vida es que sigue su traqueteo, ciega e ignorante, incluso cuando tu mundo privado, la pequeña esfera que te has forjado, se retuerce y deforma hasta que llega a explotar. Un día tienes padres, al siguiente eres huérfana. Un día tienes un lugar y un camino. Al siguiente estás perdida en una selva.
Y sin embargo, el sol sigue saliendo y las nubes se juntan y van a la deriva y la gente compra comida y las persianas suben y bajan y se tira de la cadena. Es entonces cuando te das cuenta de que casi todo, la vida, el incesante mecanismo de existir, no tiene que ver contigo. No te incluye en absoluto. Va a empujarte hacia delante incluso después de que hayas saltado más allá. Incluso después de que hayas muerto.
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Una nueva escena de nervios y acción, basada en el más profundo de los sentimientos:


**(En el capítulo veintitrés)
-Lena –me llama colocando las manos en mis codos y haciéndome girar para situarme frente a él. Cuando me niego a mirarle a los ojos, me alza la barbilla obligándome a que le mire-. Magdalena –repite; es la primera vez que ha usado mi nombre completo desde que nos conocemos-. Tu madre te amaba, ¿lo entiendes? Te amaba. Te sigue amando. Quería que estuvieras a salvo.

El calor me invade. Por primera vez en mi vida, no me da miedo el verbo amar. Algo parece abrirse dentro de mí como un bostezo, se estira como un gato que intenta absorber el sol, y necesito desesperadamente que me lo vuelva a decir.

Su voz es infinitamente suave. Sus ojos son cálidos y están veteados de luz, con ese color del sol que se derrite como mantequilla a través de los árboles en una luminosa tarde otoñal.

-Y yo también te amo –sus dedos me acarician el borde de la mandíbula, bailando brevemente sobre mis labios-. Tendrías que saberlo. Tienes que saberlo.

De pie entre dos contenedores asquerosos en una callejuela de mierda, mientras el mundo se derrumba a mi alrededor, al oír cómo Álex dice esas palabras, todo el miedo que he llevado conmigo desde que aprendí a sentarme, a ponerme de pie, a respirar, desde que me dijeron que dentro de mí había algo malo, algo enfermo y podrido, algo que debía ser eliminado, desde que me dijeron que estaba casi echada a perder… todo se desvanece de repente. Eso que habita en lo más profundo de mi espíritu, el corazón de mi corazón, se estira y se despliega más, se alza como una bandera y me hace sentir más fuerte de lo que me había sentido nunca.

Abro la boca y digo:

-Yo también te amo.
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Otro fragmento magnífico, esta vez forma parte de un pensamiento de Lena sobre el sentido de la vida:


(En el capítulo veintitrés)
Por primera vez en mi vida, realmente siento compasión por Carol. Solo tengo diecisiete años y ya sé algo que ella no sabe. Sé que la vida no es vida si te limitas a dejarte llevar por ella. Sé que el objetivo, el único objetico, es encontrar las cosas que importan y aferrarse a ellas, luchar por ellas y negarse a soltarlas.
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Vamos al penúltimo fragmento de esta selección, una frase célebre puesta a inicio de capítulo y que es totalmente ilustrativa:


(En el capítulo veintisiete)
Quien trata de alcanzar el cielo de un salto puede caerse, es cierto.
Pero también puede que vuele.

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Vamos ya con el último, el definitivo. El final de esta historia maravillosa, un mensaje de amor y esperanza:
**(En el capítulo veintisiete)
Tienes que comprenderlo: yo no soy nadie especial. Soy solo una chica normal. Mido uno sesenta y soy del montón en muchas cosas. Pero tengo un secreto. Aunque construyan murallas que lleguen hasta el cielo, yo encontraré la forma de volar sobre ellas. Aunque intenten atraparme con cientos de armas, yo encontraré un modo de resistir. Y hay muchos como yo ahí fuera, más de los que crees. Gente que se niega a dejar de creer. Gente que se niega a volver a tierra. Gente que ama en un mundo sin murallas, gente que ama frente al odio, frente al rechazo, sin miedo y contra toda esperanza.

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 Y con esto acabo esta larguísima entrada que tanto tiempo me ha costado escribir, pero que a la vez tanto he disfrutado. Una gozada de libro, altamente recomendable. 


Próximamente más!
 Un besito!

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Escribir no es más 
que jugar con las palabras.

5 comentarios :

  1. Seguro que es satisfactorio volver a revivir estos momentos ^^ He leído la mayoría, y todavía pienso en que me da miedo la fuerza con la que siento estos libros n.n
    Pronto me sumergiré en el segundo, que nervios >-<
    Gracias por hacerme recordar estos momentos tan buenos :)

    besitos<3

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  2. Si es que como para decidirse por un número de citas, porque este libro tiene un montón muy buenas ^^ Un saludito y muy buena recopilación de ellas

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  3. Wow, esos son muchos fragmentos! Se nota que había muchos y no lograbas decidirte jeje... a mi Delirium también me gustó mucho ^^ La única pega que le pondría, es que a veces me pareció un poco predecible en algunas cosas. Eso sí, con el final que tiene... hay que leer la continuación fijísimo jaja ;)

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  4. Que hermoso, lo leí ya hace un buen tiempo y leyendo estos fragmentos casi que me pongo a llorar. Es precioso este libro.

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  5. Amo esta trilogía, no importa cuánto tiempo pase, estas palabras siempre me da gusto de volver a leerlas. La historia en general, es hermosa, gracias por resumir aquí algunas de las mejores c:
    Saludos.

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Muchas gracias por pasarte y por comentar :D TODOS los comentarios tendrán en breve una contestación mía en la misma entrada en que dejes tu comentario, así que ¡no dudes en pasarte a leer mi respuesta!

Y ahora sí que, sin más preámbulo, deja aquí tu juego de palabras :) un besitoo!

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