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lunes, 11 de junio de 2012

RELATO 4: Momentos difíciles

Hoy iba a enfrentarme a la operación más difícil de mi vida. Me encontraba tendida en una mesa de operaciones, con mi vida en juego. Los latidos de mi corazón se materializaban en una serie de pitidos, tenía cientos de palabras sonaban cada minuto a mi alrededor, en ese momento para mi escribir no era más que jugar con las palabras. En ese momento mi trabajo, mi vida, escribir, se iban por momentos. Las palabras se me escurrían débilmente entre mis dedos casi muertos.
Solo unas horas antes yo andaba rehaciendo el camino que había recorrido los últimos diez años. Era un día veraniego, el calor sofocaba a cualquiera que anduviera por la ciudad. Yo no era más que una chica más, una ciudadana más que recorría las calles de Nueva York. Pero la suerte no estaba de mi parte, y después de girar por la misma calle por la que había pasado miles de veces en mi vida, me encontré con algo que solo espero vivirlo una vez. Me encontré con un grupo de unos cinco hombres de unos treinta años, y a un tipo tirado en el suelo, con una mancha sangrienta en el pecho y múltiples heridas, probablemente de una paliza. No se movía, así que pensé que estaría muerto. Me disponía a llamar a la policía y huir antes de que esos hombres repararan en mi presencia. Pero con el miedo debí de soltar algún tipo de grito, porqué uno de esos fijó la vista en mi, y en menos de un par de segundos le vi apuntarme con una pistola y oí el sonido sordo del disparo. Un dolor me invadió de inmediato, caí al suelo y mi cuerpo se rindió. Sentí brotar la sangre de mi abdomen, momentos antes de caer inconsciente los vi correr, huyendo de sus actos, dejando atrás la sangre derramada de inocentes. Los oí marchar con una furgoneta negra, que soltó un fuerte traqueteo antes de arrancar. Mis ojos se cerraron lentamente, pero sin en ningún momento parar ni dudar. Lo último que vi fue la sangre que se vaciaba de mi cabeza, sentí el ardor de una herida entre mis cabellos, y rápidamente caí en la inconsciencia.
No sé el tiempo que pasó entre mi encuentro con la banda y la llegada de la ambulancia, pero al sentir la primera descarga sobre mi pecho fue como si mi alma se separara de mi cuerpo y pasara a ser una simple espectadora más de la terrible escena. Mi cuerpo se encontraba tendido sobre la camilla de una ambulancia, por lo que oí el otro chico estaba muerto, y la investigación policial ya había empezado. A mi alrededor había dos hombres, uno que debía estar en la cincuentena, con experiencia y buena relación con el conductor, con quien conversaba sobre el incidente y sobre mi estado. El segundo hombre no era más que un chico delgado y alto, con una bata que le venía grande y unos ojos que parecían dos bolas puras de preocupación. Cada veinte segundos se aseguraba que mis vendajes provisionales aguantaran lo suficiente para el viaje, apartaba el pelo que podía descolocarse a causa del movimiento y me acariciaba la mano llena de agujas que derivaban en un montón de tubos y productos extraños.
En tan solo unos minutos ya me encontraba en el pasadizo de urgencias, camino a un quirófano urgente. Parecía ser que mis heridas eran demasiado graves, y que el tiempo que se tardó en empezar las curas fue demasiado, por lo visto mi vida corría más peligro del que cualquiera hubiera imaginado. Con rápidos movimientos sustituyeron las agujas por una máquina que motorizaba cada una de mis reacciones, me colocaron una mascarilla de oxígeno y entré en la temida sala llena de personal médico, con batas y mascarillas; perfectos, coordinados, esterilizados.
Mi vida se escurría entre sus manos, sentía mi alma desfallecerse, y de pronto un dolor igual al del balazo me paralizó, oí un pitido largo y agudo. Uno de los peores sonidos de la vida. Mis piernas fallaron y mis ojos se cerraron de nuevo.
Horas después, puede que días, desperté en una habitación con paredes azules, fotos mías y un montón de ramos de flores. Cogí el más cercano a mí, todos parecían de la misma persona, y creí que serían de mi familia. Pero al abrir la notita de papel lavanda, me encontré con una letra pequeña y redonda. Tan solo tres palabras: “Te quiero, Adam”. Ante la sorpresa me acerqué a las que había al otro lado de la cama, todas contenían pequeñas frases, y al fin entendí que se trataba de una carta.
Llamé a una enfermera, que recogió cada uno de los fragmentos de esa carta, con una fecha al principio. Juntas ordenamos la que finalmente fue una carta de amor preciosa. Las fechas iban de hoy a tres meses atrás. Eso significaba que el misterioso “Adam” me visitaba diariamente para dejarme pequeños mensajes escondidos en la fragancia de las rosas. 
Ella me contó que durante esos tres meses me habían operado en múltiples ocasiones, y que ya estaba prácticamente recuperada. Pronto saldría de la UCI.
En mi traslado aparecieron dos hombres que me parecieron familiares, los hombres de la ambulancia. El chico miró tímidamente la carta recompuesta, y con los ojos fijos en mi pude leer su pregunta.
Mi respuesta, un solo movimiento, y luego tan solo paz y silencio. El silencio más valioso del mundo.

2 comentarios :

  1. Al comienzo del relato me ha parecido algo confuso y, quizá, con alguna errata ortográfica pero a medida que avanzaba la historia has dado algo más de orden al relato.
    Creo que puede mejorar, a mi humildísima opinión. Creo que el eje central puede seguir pero la forma de narrar y de explciar puede dar un salto de calidad (muy buen salto) con cuatro cositas diferente.

    Gracias por este relato.

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  2. Hola!

    Me ha gustado el relato, ya que el comienzo de la historia es inesperado y curioso (aunque en algun punto sea casi confuso, pienso que es un reflejo de los sentimientos o recuerdos de la protagonista.

    En cuanto al final lo veo típico, pero como el principio es diferente queda compensado y queda un buen relato.

    Anna Ruiz

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