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viernes, 28 de diciembre de 2012

Fragmentos de "Nueve reglas que romper para conquistar a un granuja" de Sarah Mac Lean (Saga Love by numbers 1)



Holaa!
Hoy os traigo los fragmentos que más me han hecho reflexionar del último libro que os reseñé. El libro me gustó bastante y hubo varios fragmentos que me parecieron muy interesantes, así que la entrada de hoy va para larga. ¡A ver si os gustan!

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El primer fragmento que os traigo es un pensamiento de la protagonista, Callie, que desea volver a su inocencia, desea volver a creer en aquello maravilloso que creyó que tenía, y odia ser consciente de que en realidad no lo ha tenido nunca.

En el capítulo 2

"Ser considerada hermosa. Una sola vez"

Era lo más improbable de su lista... Solo podía recordar una vez, un momento fugaz en su vida, en el que se había acercado vagamente a esa meta. Pero al recordar aquella noche, hacía ya tanto tiempo, cuando el marqués de Ralston la había hecho sentirse hermosa, tuvo la certeza de que él no la había percibido así. No, él solo fue un hombre que hizo lo que pudo para que una jovencita se sintiera mejor consigo misma antes de escapar a una cita nocturna. Sin embargo, en ese momento la había hecho sentirse hermosa. Como una emperatriz. ¡Cómo deseaba volver a ser tan inocente! ¡Cómo anhelaba volver a sentirse Calpurnia otra vez!

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En este divertido fragmento se nos demuestra que Callie, aunque no pueda admitirlo públicamente, tiene claro que hay un momento en el que una mujer (o cualquier persona), puede llegar a hacer cualquier cosa por aquello que más desea,:

En el capítulo 4

-¿Hace mucho tiempo que es amiga de mi hermano? 
Callie se quedó paralizada.
-¿Amiga?
-Sí. Es evidente que Ralston siente una profunda admiración por usted y que la considera su amiga. Esta mañana parecía realmente ansioso por informarme de que usted me apoyaría ante la sociedad. Si no son amigos, ¿por qué iba usted a estar aquí? ¿Por qué arriesgaría su estatus para guiarme y no dejarme dar un paso en falso?  
Callie supo que no podía decirle la verdad. "Deberías saber, Juliana, que hay un momento en la vida de cada mujer en la que está dispuesta a cualquier cosa por que la besen"
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A continuación un pequeño fragmento que contiene una gran verdad:

En el capítulo 8 

No atreverte a vivir una aventura es peor que haber tenido una experiencia decepcionante.

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Ahora os traigo un divertido e irónico fragmento que contiene oculta una gran crítica a los acuerdos sociales protocolarios, exagerados en el siglo XIX, pero cuya crítica también podría aplicarse a nuestra sociedad actual:

En el capítulo 9 

Finalmente se detuvo ante un ejemplar de edición alemana sobre Mozart, y se mordisqueó el labio inferior mientras consideraba aquella opción.
—Si está buscando una biografía sobre Mozart, no encontrará ninguna mejor que esta. Niemetschek conoció al maestro en persona.
Juliana se volvió hacia la voz.
A solo unos centímetros de ella, estaba el hombre más apuesto que hubiera visto nunca.
Era alto, de espaldas anchas y ojos del color de la miel calentada por el sol. La luz del atardecer que entraba a raudales por la vidriera del escaparate arrancaba brillos dorados a sus rizos y subrayaba las líneas perfectas de su nariz y mandíbula.
—Er… —Se interrumpió, intentando recordar a toda prisa qué indicaban las normas de conducta en tales situaciones. Callie y ella no habían llegado a discutir cuál sería la manera de actuar cuando se viera abordada por un ángel con conocimientos sobre biografías de músicos. No debería ser impropio agradecérselo, ¿verdad?—. Muchas gracias.
—Un placer. Espero que disfrute de él.
—Oh, no es para mí. Es un regalo para mi hermano.
—Ah, pues espero que él lo aprecie. —Hizo una pausa y se miraron a los ojos durante un buen rato.
Juliana se puso nerviosa ante ese silencio y se vio obligada a romperlo.
—Lo siento, señor. No estoy segura de que sea correcto que conversemos sin que nos hayan presentado.
Él esbozó una sonrisa que hizo que ella sintiera un cálido escalofrío.
—¿No está segura?
—Estoy casi segura. Acabo de llegar a Londres y todavía no conozco bien el protocolo, pero me parece recordar que deberíamos haber sido presentados —dijo con un brillo en sus ojos azules.
—Es una lástima. ¿Qué cree que ocurriría si nos descubrieran hablando de libros en un lugar público?
El tono de su voz le arrancó una risita.
—Nunca se sabe. Quizá nos tragara la tierra por realizar una actividad tan arriesgada. 

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¿Puede la pasión separarse del amor? Supongo que cada cuál puede escoger sus criterios al respecto. Lo importante es que en una relación ambos miembros busquen lo mismo.

En el capítulo 11 

La mujer sonrió.
—Mi corazón es muy resistente, Ralston. —Él asintió con la cabeza, aceptando su rendición—. Supongo que sabes que una chica de esa clase no conoce en absoluto el mundo en el que nos movemos nosotros.
—¿Qué quieres decir? —No pudo resistirse a preguntar.
—Que te pedirá amor, Ralston. Las jóvenes como ella siempre lo hacen.
—No me interesan los cuentos de hadas de esa chica, Nastasia. No significa nada para mí, solo va a ser la madrina de mi hermana.
—Quizá —dijo Nastasia pensativamente—. Pero ¿qué significas tú para ella? 

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Amor y odio. Llanto y carcajada. Llena de contradicciones es la locura del deseo. Y para Callie no será menos, tal y como podréis ver en el siguiente fragmento:

En el capítulo 12

—¡Cómo se atreve a llamarme cobarde!
Callie se paseó de un lado para otro de la habitación, lívida de furia ante los acontecimientos de la noche. Hacía una hora que había regresado a casa, pero no había dejado de moverse el tiempo suficiente para que Anne pudiese ayudarla a desvestirse.
Por esa razón, la doncella se había sentado en los pies de la cama y observaba cómo su ama se paseaba.
—No me lo imagino —dijo Anne con sequedad—, en particular si consideramos que intentaste abofetearle en un lugar público.
Callie no notó la ironía de la mujer y, fijándose solo en las palabras, agitó las manos en el aire llena de frustración.
—Exactamente —convino—. ¡Esa no es una actitud cobarde!
—Tampoco es propia de una dama.
—Sí, bueno, pero eso no viene al caso —replicó Callie—. ¡El caso es que Gabriel St. John, marqués de Ralston, se ha enfrentado a mí en un lugar público cuando se dirigía a reunirse con su amante y, además, se las ha arreglado para insultarme! —Golpeó el suelo con el pie—. ¡Se ha atrevido a llamarme cobarde!
Anne no pudo contener una sonrisa.
—En honor a la verdad, me parece que le has provocado.
Callie se detuvo en seco y miró a la doncella, llena de incredulidad.
—Para estar tan preocupada, hace solo unos días, porque pudiera arruinar mi reputación al acudir a una taberna, parece que te has puesto de parte de Ralston con mucha rapidez. ¡Se supone que tienes que defenderme a mí!
—Y lo haré por los siglos de los siglos, Callie. Pero ibas en busca de aventuras y tienes que admitir que Ralston parece haberte dado justo lo que querías.
—¡Te aseguro que no estaba buscando que me insultaran y besaran en público!
Anne arqueó una ceja con incredulidad.
—¿Quieres decir que no lo has disfrutado?
—¡No!
—¿Nada de nada?
—Ni un poquito.
—Mmm-mmm —fue la incrédula respuesta de la doncella.
—¡No he disfrutado!
—Eso es lo que has dicho. —Anne se puso en pie y le indicó a Callie que se volviera hacia el tocador para desabrocharle la larga hilera de botones que cerraba el vestido en la espalda.
Callie permaneció quieta y callada durante un buen rato.
—Está bien, puede que me gustara un poco —confesó finalmente.
—Ah, claro, solo un poco.
Callie suspiró y se volvió, a pesar de que Anne todavía no había terminado de desabrochar el vestido. La doncella volvió a sentarse en la cama, y Callie, a pasearse de un lado para otro.
—De acuerdo. Más que un poco. Lo he disfrutado inmensamente, igual que todas las demás veces que me ha besado. —Percibió la mirada de sorpresa de Anne y se vio obligada a decir—: Sí, me ha besado en más ocasiones. ¿Por qué no iba a disfrutarlo? Se nota que ese hombre tiene mucha experiencia besando.
Anne se aclaró la voz.
—Es evidente.
Callie giró la cabeza para mirar a la doncella.
—¡Te lo aseguro! Anne, seguro que jamás te han besado así.
—Tendré que creerte.
Callie asintió con la cabeza, seriamente.
—En efecto. Ralston es todo lo que puedas imaginar que puede ser un hombre… Primero regala palabras tentadoras y miradas pícaras, luego te rodea con los brazos y… Realmente no puedes comprender cómo has llegado allí, pero…
Se dejó llevar por los recuerdos, mirando al techo mientras se sujetaba el vestido contra el pecho. Anne se puso en pie, con intención de terminar de desabrocharle la prenda, pero antes de que llegara hasta ella, la mirada de Callie pasó de soñadora a irritada, y comenzó a pasearse de nuevo.
—Y entonces el muy… el muy… se aparta y te mira de esa manera relamida y presumida, como el absoluto canalla que es, y cuando intentas defenderte…
—¿Golpeándole?
—… y cuando intentas defenderte… —repitió Callie—. ¿Qué hace entonces?
—¿Te llama cobarde? —preguntó Anne, retóricamente.
—¡Te llama cobarde! ¡Es un hombre completamente exasperante!
—Eso parece —dijo Anne, acercándose a la espalda de Callie para continuar desabrochándole los botones.
Esa vez Callie se lo permitió, quedándose inmóvil mientras le soltaba el vestido y salía de él. Anne comenzó entonces a ocuparse de los cordones del corsé, y ella suspiró cuando la apretada prenda se aflojó. Parte de la cólera se evaporó cuando se liberó de los rígidos confines de las ballenas.
Ya con el camisón puesto, se rodeó con los brazos y respiró hondo. Anne la guió para que se sentara ante el tocador y comenzó a peinarle el espeso pelo castaño. La sensación era gloriosa, y suspiró, cerrando los ojos.
—Por supuesto, he disfrutado del beso —masculló al cabo de un rato.
—Eso parece —repitió Anne, dándolo por hecho.
—Desearía no hacer siempre el tonto cuando Ralston está cerca.
—Siempre has hecho el tonto cuando él está cerca.
—Sí, pero ahora estoy mucho más cerca. Es diferente.
—¿Por qué?
—Porque antes me limitaba a soñar con él. Ahora estoy con él. Hablo de verdad con él. Estoy descubriendo al Ralston auténtico. No es ya una criatura que yo me inventé. Es de carne y hueso y… Y ahora no puedo evitar preguntarme… —Se quedó callada, renuente a decir lo que pensaba. «¿Y si fuera mío?»
No tuvo que decir las palabras, Anne las intuyó. Cuando Callie abrió los ojos y sostuvo la mirada de Anne en el espejo, vio en ellos la respuesta de la mujer. «Ralston no es para ti, Callie.»
—Lo sé, Anne —susurró Callie, más para recordárselo a sí misma que para responder a la criada.
Pero, desde luego, no lo sabía. Ya no sabía nada. Hacía solo unas semanas, se habría reído ante la idea de que Gabriel St. John conociera incluso su nombre, por no hablar de que estuviera dispuesto a cruzar unas palabras con ella. Y ahora… Ahora la besaba en carruajes oscuros o en pasillos todavía más oscuros… Y hacía que se preguntara por qué había sido tan tonta con él desde el principio.
Estaba segura de que esa noche él se dirigía al camerino de la cantante, y no cabía duda de que ella no era competencia para aquella belleza griega. Ralston no podía sentirse atraído por ella.
Se obligó a estudiarse en el espejo, catalogando sus defectos: pelo castaño, común y poco interesante; ojos marrones, demasiado grandes; cara redonda, diferente a las de las más bellas de la sociedad, que tenían forma de corazón; boca demasiado ancha, con los labios no tan arqueados como debería. Mientras enumeraba cada uno de esos rasgos, pensó en todas las mujeres con las que se había relacionado a Ralston, en todas esas Helenas de Troya con rasgos que paralizaban a los hombres.
Él la había dejado y se había ido con su amante que, con toda seguridad, lo habría recibido con los brazos abiertos. ¿Qué mujer en sus cabales no lo haría?
Y ella había regresado a casa, a su cama fría y vacía… para soñar con lo imposible.
Se le llenaron los ojos de lágrimas e intentó secárselas antes de que Anne las viera, pero comenzaron a deslizársele por las mejillas con tanta rapidez que le resultó imposible disimular la tristeza. Sorbió por la nariz, llamando la atención de la doncella que, al verlo, dejó de peinarla y se agachó ante ella.
Callie permitió que la anciana la rodeara con los brazos y, apoyando la cabeza en su hombro, dejó de contener las lágrimas. Sollozó contra la áspera lana del vestido de la criada, dejando que aflorara la tristeza que llevaba años consumiéndola. Lloró por toda una década de temporadas —cada año más solterona que el anterior—, viendo cómo se casaban todas sus amigas, cómo se comprometía Mariana… Por toda la tristeza que había ocultado, negándose a que su sombrío pesar oscureciera la felicidad de los demás.
Pero ahora Ralston estaba haciendo estragos en sus sentidos y le recordaba todo lo que había querido y nunca tendría. Ahora ya no se podía contener.
Siguió llorando durante un buen rato mientras Anne murmuraba de manera tranquilizadora sin dejar de acariciarle la espalda. Cuando ya no le quedó energía para seguir haciéndolo, Callie se enderezó, se apartó de la doncella y le ofreció una acuosa sonrisa de agradecimiento.
—No sé qué me pasa.
—¡Oh, mi niña! —exclamó Anne, en el mismo tono que usaba cuando Callie era pequeña y se lamentaba de alguna injusticia—. Tu príncipe azul llegará algún día.
Callie curvó levemente los labios con ironía. Anne había dicho esas mismas palabras incontables veces en las últimas dos décadas.
—Perdona, Anne, pero ya no estoy segura de ello.
—Oh, lo hará —afirmó Anne con seguridad—. Y cuando menos te lo esperes.
—Creo que ya me he cansado de esperar. —Callie se rió sin humor—. Probablemente esa sea la razón por la que me he fijado en el caballero oscuro.
Anne le ahuecó la mejilla con la mano.
—Creo que sería mejor que te dedicaras a tachar puntos de esa ridícula lista tuya —dijo con una sonrisa—, en vez de andar en compañía de Ralston. Si fuera tú, me olvidaría de él.
—Es más fácil decirlo que hacerlo —aseguró Callie. Había algo que la impulsaba hacia ese hombre sin importar lo mucho que la enfureciera. Al contrario, su arrogancia solo servía para hacerlo más atractivo. Suspiró—. Quizá tengas razón. Debería olvidarme de Ralston y volver a centrarme en mi lista. —Cogió el papel del tocador, donde lo había dejado antes—. Por supuesto, ya he realizado las tareas más simples.
Anne emitió un gruñido de incredulidad.
—Por supuesto, porque ir a una taberna a beber whisky es una tarea de lo más simple —dijo secamente—. ¿Qué te queda?
—Montar a horcajadas, practicar esgrima, asistir a un duelo, disparar una pistola y jugar a las cartas en un club de caballeros —enumeró, omitiendo el resto de los artículos, los que le avergonzaba compartir incluso con su confidente más cercana.
—Hmm, es todo un reto.
—En efecto —señaló Callie con aire pensativo, mordisqueándose el labio inferior mientras releía la lista.
—Sin embargo, una cosa es segura —continuó Anne.
—¿Cuál?
—No importa lo que hagas después, nadie te llamará cobarde por hacerlas.
Callie buscó la mirada de Anne y, tras un sorprendente silencio, las dos estallaron en carcajadas.


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Llegamos al último fragmento, y en esta ocasión os traigo una escena que ocurre en las personas constantemente. Por no atrevernos a hablar, por miedo a lo que nos digan o piensan los demás, se acaban creando los peores malentendidos. Por eso es tan importante la comunicación:

En el capítulo 21

«Pídeme que baile contigo.» Sabía que era una idea terrible, que no debía bailar con él después de haber rechazado su propuesta de matrimonio y decidido que debía permanecer alejada de él. Sabía que lo último que debería permitir era que Ralston la dejara devastada esa noche. «Pídeme que baile contigo mi primer vals con este vestido.» Silenció aquella vocecita, y resolvió en ese mismo momento que debía detener aquellas fantasías tan estúpidas. Bailar con Ralston era, definitivamente, una pésima idea.
—Lady Calpurnia, ¿quiere bailar conmigo?
Al principio, Callie se quedó realmente confundida por las palabras, aquellas que había deseado que Ralston dijera, pero que en lugar de haberlas pronunciado él, provenían de una dirección distinta… Concretamente, le habían llegado por encima de su hombro derecho. Parpadeó, despistada, sin notar apenas la expresión atronadora de Ralston antes de entender lo que sucedía y volverse para mirar al barón de Oxford.
«¡No!» Contuvo el deseo de golpear el suelo con el pie.
No podía negarse; hacerlo no solo sería el colmo de la descortesía, sino que además Callie no se encontraba en posición de rechazar ninguna oferta para bailar. Los pensamientos atravesaban su mente a toda velocidad. Miró brevemente a Ralston, preguntándose por qué él no reclamaba el baile para sí mismo. Desde luego, ella no negaría que había sido el primero en pedírselo.
Pero él no dijo nada y se limitó a mirarla de una manera fría e ilegible.
—Me encantará bailar con usted, milord —respondió, volviéndose hacia él—. Gracias.
Él barón le tendió la mano y ella puso la suya encima.
Cuando sus manos se tocaron, Oxford le dirigió una amplia sonrisa que no se reflejó en sus ojos.
—Excelente.
Ralston observó cómo el dandi guiaba a Callie hacia la pista mientras unas oleadas de furia lo atravesaban al ver que eran los brazos de otro hombre los que la rodeaban… que era otro el que la tocaba. Solo años de contención impidieron que entrara como un vendaval en la pista y la arrancara de las garras de aquel cazadotes.

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Y hasta aquí mis fragmentos de hoy, que espero que os  hayan gustado y os hayan hecho pensar mucho.

como siempre, ¡espero vuestros comentarios!

Un beso a todos!

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Escribir no es más 
que jugar con las palabras.

2 comentarios :

  1. Quiero leerlo *-* Muchas gracias por los fragmentos ^^

    besitos<3

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  2. Ya voy a la librería y compro aquel libro.
    Alba, por favor, puedes visitar mi blogger, porque soy nueva y quiero estar segura de hacer las cosas bien, ya que tú escribes muy bien.
    Aquí te dejó el link:
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