Holaa!
Hoy os traigo un relato que escribí hace tiempo y que lo use para participar en un concurso de relatos de un blog (¡quedé segunda!). Es un texto que para mí tiene mucho valor porque transmite unos pensamientos importantes. Por eso quiero que también esté aquí, colgado junto a mis otros relatos.
Y ya no me alargo más, espero que os guste!
El eterno rechazo.
"Tormento que destruye poco a poco hasta el último retablo de tu ser". No todos los enfermos son iguales. Al contrario, los afectados pueden ser muy diferentes, aunque su situación sea tan peligrosamente parecida. Pero es un error pensar que no existe un patrón: Todos tienen algo en común, un detalle, una característica en su forma de pensar, de ser o de actuar. No se sabe muy bien qué es ese terrible componente, puesto que puede ser algo distinto en cada caso.
Grandes cicatrices, quemaduras imborrables, pérdida de pelo, amputación de una o varias extremidades… efectivamente las personas que padecen esos defectos físicos suelen ser rechazadas. Pero contrariamente a lo que se pueda pensar, esos son solo el besante más evidente y conocido de la enfermedad, pero no es el único, ni siempre son esos casos los más graves. Las personas que padecen esos horribles males tienen un motivo, algo apreciable a lo que pueden culpar de su sufrimiento. El rechazo no es más que un elemento secundario en su verdadero problema, y aunque lo que tienen es duro y no siempre curable, los demás experimentan un grado de comprensión y de pena hacia ellos, que les da la oportunidad como mínimo de poder ser valorados y compadecidos, aunque solo sea para que los que están a su alrededor puedan mantener la consciencia tranquila.
Pero existen algunos casos que son incluso peores: Hay personas cuyo rechazo se produce solamente a causa de algo imperceptible, una característica de lo más profundo de su ser, de su alma. La mayoría de la gente no sabe definir qué es lo que causa la repulsión hacia un afectado. No es algo que se pueda explicar, y tampoco es lo mismo en todo el mundo. Sencillamente es algo que está ahí, quizás en la manera de pensar, de hablar o de caminar. Una simple manía, una mala costumbre. Algo terriblemente peligroso por incurable, ya que ese es uno de los elementos que hace que alguien sea quien es. Eliminar ese detalle es perder la identidad, y eso es algo que mucha gente no está dispuesta a hacer, cosa que provoca una lucha moral que convierte el constante rechazo en una eterna pesadilla.
El síntoma de la enfermedad consiste en no poder encajar en ningún lugar, la soledad es la única que quiere a los afectados. El enfermo es para algunas personas un enemigo. Para otras, es uno más entre los millones de humanos que existen, alguien invisible que no molesta, pero que tampoco tiene motivo alguno de interés. El enfermo podría desaparecer repentinamente de algún sitio, y nadie allí notaría su ausencia.
Y luego están los que parecen amigos durante algún tiempo, aquellas pocas personas a las que el afectado les interesa momentáneamente. Esos son los que más daño causan, pues crean falsas esperanzas en los dolidos corazones de los pacientes, los cuales llegan a un estado en el que creen en cualquier ínfima posibilidad de recibir algo de cariño. Pero la enfermedad no se acaba nunca. Tarde o temprano la gente que envuelve a los enfermos cae en la desesperación delante de esa apocalíptica característica que aleja a todo aquel que se atreve a acercarse a ellos. Y es entonces cuando de nuevo empieza el deprimente proceso de aceptación de la inevitable enfermedad, el tormento que ocasiona la soledad eterna.
Evidentemente el amor no es algo apto para dichos enfermos, pues nadie se interesará en ellos hasta tal punto. Y ellos, desesperados por conseguir un poquito de estima, se enamoran de aquellas personas que por simpatía, pena o simple cortesía les dan un poquito de cariño. Pero ese tipo de personas son las que hacen que las cosas vayan aún a peor, porque en la eterna necesidad de ser queridos basta con una mirada o un simple gesto para que el afectado crea que tiene alguna posibilidad, para luego darse cuenta de que ese pensamiento no es más que un nuevo sueño del que despertará, tomando entonces consciencia una vez más de su inevitable situación y de la imposibilidad de cambiarla.
Porque es una duda constante, un conjunto de intentos frustrantes, de deseos de mejora con nunca llegan a realizarse. Porque se nace con el terrible defecto, con la enfermedad que te chupa la vida a base de desengaños. Y por más que parezca que la soledad incesante puede llegar a desaparecer, la terrible verdad es que no hay nada que se pueda hacer. Pues siempre, más tarde o más temprano, toda relación emotiva con alguien acabará finalizando, y la despreciable soledad será la única constante compañía.
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Jenny acabó de leer el folleto y se sintió incómoda. Recordó por un breve instante como había visto desde la acera de enfrente que se le caía a Sherlock del bolsillo. Había pensado en cogerlo y devolvérselo, pero cuando había llegado allí él ya se había ido, y ella se había quedado con el papel. Le había parecido que Sherlock iba con una expresión más triste y deprimida que de costumbre, pero tampoco le había dado más importancia. No había vuelto a pensar en él hasta que, unas horas después, su amiga Brenda le había contado la noticia...
¿De verdad Sherlock padecía esa terrible enfermedad? Por lo que había escuchado tenía muchos enemigos, algunos de ellos eran sus antiguos mejores amigos. No recordó haberle visto nunca muy acompañado… pero tampoco se había fijado demasiado. Las malas voces decían que hacía tiempo que Sherlock la contemplaba en silencio, que estaba locamente enamorado de ella, pese a que tan solo habían intercambiado las palabras justas como compañeros de clase que eran. ¿Podía ella haber evitado la muerte del joven? Por un momento pensó que debería haberse acercado un poquito, hablarle alguna vez e intentar hacerse su amiga en lugar de limitarse a verle pasar de tanto en tanto... Luego se lo repensó. Según el folleto estaba enfermo, y probablemente hubieran acabado peleándose como lo han hecho casi todos los que han intimado más con su persona. Daba un poco de pena, pero ella tampoco hubiera podido hacer nada para curarle. Quizá su suicidio no fuera tan trágico al fin y al cabo. Quizá hubiera sido mucho peor para él vivir inmerso en esa pesadilla de enfermedad.

Jenny mira a su alrededor y observa a la gente que ha acudido al entierro. La mayoría vecinos o familiares que han asistido por obligación y que se saludan cortésmente mientras desean en silencio irse a sus casas, ponerse cómodo/as y sentarse al sillón a ver una película. Hay algunos chicos del instituto, curiosos y morbosos a quien la muerte de Sherlock ha dejado con la boca abierta. Al otro lado de la sala están los padres del difunto. La madre llora bastante desconsolada mientras su marido la abraza, pero unos minutos más tarde consigue calmarla y los dos se disponen a saludar a los asistentes.
Lo superarán.
Y con ese pensamiento Jenny recupera la tranquilidad, sale del tanatorio y se decide a seguir con su vida, dejando así en el olvido lo poco que conocía del difunto enfermo.
Escribir no es más
que jugar con las palabras.